"Hic calix novus testaméntum est in meo sanguine"
Hoy, Jueves Santo, se conmemora el Día de la Última Cena. Solemnidad por cuanto significa para nosotros, los Cristianos, y que sella la Nueva Alianza, la plenitud que Jesús vino a dar a la Ley de Moisés.
En el libro del Éxodo, después de la liberación del pueblo israelí de la esclavitud egipcia y como agradecimiento por los prodigios obrados por Dios a su Alianza al momento de mandar las plagas, Él exhorta a los hermanos Moisés y Aarón (cuyo báculo mordió a las varas de los hechiceros egipcios) para que se instituya la Pascua, en torno a un punto central: el sacrificio de un cordero. Tras ese sacrificio, se untarían las dos jambas y el dintel de las casas con la sangre del cordero, donde se hubiera consumido, y sería comido con prisa. Esta sangre sería señal de que allí no pasaría la plaga exterminadora cuando Dios hiriese el país de Egipto, siendo decretado como una fiesta perpetua, de generación en generación.
Mojar manojos de hisopo en la sangre, entre otros preceptos, como los anteriormente mencionados rociamientos de las jambas y el dintel, significaba que el Exterminador pasaba de largo y no atacaba el rebaño de aquellas familias.
Las normas de la Pascua también eran que de ella no comería ningún extranjero - es decir, un gentil -, tampoco un residente, ni un jornalero, aunque lo principal, era que no lo hiciera ningún incircunciso.
La importancia de la transmisión de esta liberación de la opresión, es que se hace de generación en generación, a perpetuidad.
La Nueva Alianza de Cristo, “quiere misericordias y no sacrificios”. Cuando Jesús dice “este es mi cuerpo, tomad y comed; esta es mi sangre, tomad y bebed”, el Cordero de Dios confirma su sacrificio, pues él, Unigénito de Dios, había nacido exclusivamente para ello. De ahí que su cuna no fuera más que un pesebre, que es lo que viene siendo un abrevadero, donde se alimenta el ganado. En los misales tradicionales se hace mención a que cuando levantó el cáliz djo: "Hic calix novus testaméntum est in meo sanguine" (eeste cáliz es el Nuevo Testamento de mi sangre).
Es aquí donde la Ley de Moisés alcanza su plenitud y alcanza la Nueva Alianza. La etapa de éxodo ha acabado, pero no sólo para los circuncisos, también para los forasteros y gentiles. La opresión del pecado ya había acabado. A partir de entonces, el único sacrificio que se ofrecería sería el de sus seguidores, luchadores incansables por la Verdad y por el Bien.
La posterior Pasión y Crucifixión de Jesucristo marcan la corona del sacrificio, que alcanza su definitivo corolario con la Resurrección y Victoria sobre la muerte, un enemigo que parecía imbatible y poderoso, siendo este el séptimo signo que referencia San Juan Evangelista.
La cerrazón de corazón de los sumos sacerdotes judíos no quiso aceptar el hecho de que Jesucristo era el Mesías. Ya lo habían apedreado en el Templo y pusieron en duda muchas de sus obras buenas, como la curación del paralítico de Betesda, del ciego en la piscina de Siloé y de la resurrección de lázaro de Betania. Jerusalén, la Ciudad Santa, acabó pagando, cuatro décadas después, con la destrucción de su templo, y el pueblo hebreo, que declamaba que la sangre del Nazarerno debía caer sobre ellos y sobre sus sucesores, con la eliminación de toda identidad diferenciada, siendo condenados a un éxodo peor que el de Egipto o el de Babilonia. No aceptaron el más grande regalo que Dios dio nunca al mundo, fueron los jornaleros de la viña que golpearon a los trabajadores (profetas) y asesinaron al hijo del propietario (Jesús), porque querían repartirse las ganancias.
El Corazón de Jesucristo, un precioso corazón llagado y coronado con espinas, y la Última Cena, son los dos motivos más representados en la Historia del Arte. Jesucristo no es representando como un caudillo victorioso, blandiendo una espada de fuego y teniendo a sus enemigos a sus pies, eso se deja para otros. Jesucristo es representado tal y como es. Como Dios, que no hizo ostentación de su condición, sino que se humilló al más miserable de los esclavos para demostrarle a la Humanidad, que el pecado original de Adán y Eva jamás iba a prevalecer. La Última Cena - a menudo, incorrectamente representada, ya que cenaban en triclinios y no en un banquete medieval, aunque son pequeñeces - representa un Dios que parte y reparte, no sólo se ofrenda él en Sacrificio, sino que lava los pies de todos sus discípulos, incluso del que le va a traicionar. Y como le dice a San Pedro, cuando le pide que le lave todo, "uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio". Esta es la vocación de servicio del Cristiano.
Los Cristianos nos tenemos que entregar siempre en sacrificio, voluntariamente, y eso no implica alcanzar la corona del martirio, sino ser cirineos que cargan con la cruz del de al lado, preferir ser siempre el Discípulo Amado Juan que no el traidor Judas (aunque en muchas ocasiones, nos cegamos por nuestras propias ambiciones, nuestra cobardía y nuestra mala aplicación de los conocimientos), poner siempre la otra mejilla, dar al que no tiene y caminar una milla adicional. Por nosotros que no quede.
Dios está en los corazones de quiénes sufren y lloran, porque ellos serán consolados en el Reino de los Cielos y allí alcanzarán la Justicia. Hace falta leer las Bienaventuranzas para saber donde se encuentra Dios, así como en las enseñanzas que Jesús hizo delante de los fariseos, de que se le haría el Bien, cada vez que se le hiciese el bien a los cautivos, a los pobres y a los forasteros.
Orad por todas nuestras fraternidades. Orad por la congregación de Exodus, jóvenes cristianos de la Parroquia de San Pascual Baylón en Valencia, que intenta alcanzar el ascetismo y la victoria de la Vida sobre la Muerte. Orad por su máximo promotor, D. Jesús María "Chumete" Gallardo Peydró, también por un joven docto D. Ricardo Rodríguez y Sánchez de Cepeda, por mi buen amigo D. Marc Lozano Trigo. Orad por D. Héctor Navarro Ortells, D. José Manuel Morala Vivas y D. Miguel Goterris. Orad también por mí. Orad para que alcancemos la Gracia de Dios y que podamos bajar más a menudo de la barca, porque las aguas del Genesaret nos esperan para andar sobre ellas, manteniendo la vista fija en el Cristo, el Dios vivo, que sella su Alianza con toda la Humanidad.
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