domingo, 25 de octubre de 2020

En recuerdo de mi abuelo Ramón, el más grande.

 Hoy, 26 de octubre de 2020, sería la conmemoración del nonagésimo aniversario de mi abuelo. Bueno, sería no, es. Es la conmemoración del nonagésimo aniversario del nacimiento de mi abuelo, D. Ramón Ramos Hernández.

Mi abuelo nació en Calderón, sus padres eran D. Victoriano Ramos García (1890-1963) y Dª Esperanza Hernández García (1904-1931). Y sí, como lo oyen, mi bisabuela murió al poco de nacer mi abuelo. Mi bisabuela murió en enero de 1931, por unas complicaciones del corazón, y mi abuelo había nacido escasos cuatro meses atrás. No corrían buenos tiempos para una España que vivía convulsos cambios políticos. A la desconfianza de la población española sobre la dinastía Borbón, cuya restauración ya llevaba cinco decenios largos, no habiéndose acometido ningún tipo de reforma, sino todo lo contrario, pues además se perdieron las últimas posesiones del Imperio Español, como lo fueron Cuba y Filipinas en 1898, en una derrota deshonrosa, que tuvo la deshonra después del Tratado de París del 10 de diciembre - irónico, pues es el día de la Virgen de Loreto - donde a los españoles se nos repartieron las migajas de una guerra que nosotros jamás provocamos y que perdimos aún a pesar del heroísmo, del resuelto heroísmo de los nuestros, pero que contó con la desidia de la sociedad civil española, la que tantos años lleva siendo empoderada falsamente bajo las premisas de que el odio a la Patria y la falta de respeto a tus mayores y a la experiencia es algo que los "libera".

En ese año 1930, en el mes de enero, Miguel Primo de Rivera, dimitió como Presidente del Directorio Militar, cuando bajo su gestión, tras mucho tiempo, se intentó aparcar el desangramiento que España sufría a causa del turnismo político, del falso Dios del turnismo político. Dimitió por perder el favor de Alfonso XIII, el mismo que en los momentos previos del Desastre de Annual gritaba con total profusión "vivan los hombres", un infame sátiro como toda la patulea dinastía de los Borbones que ni tan siquiera la sangre de un honrado ingeniero alicantino puigmolteño pudo aplacar. Porque Alfonso XIII era un tipo glotón y hedonista, un tipo que tenía películas pornográficas siempre a su disposición y, al igual que su abuela, la "querídisima" Isabel II, fue rey desde niño - en su caso, incluso antes de nacer -, pero sin recibir una educación adecuada al cargo que iba a ejercer. Y como todo tipo glotón y hedonista era incapaz de ver quién se partía la cara por él, creyendo que él era el único representante de España, pues Primo de Rivera le salvó de una investigación parlamentaria como consecuencia del Informe Picasso.

Lo que el bienio reformista de la II República se imputa a sí mismo de una forma demagógica y casi tan falsaria, lo inició Miguel Primo de Rivera, como lo fue la escolarización en pequeñas aldeas y, por supuesto, la igualdad salarial, en un proceso que comenzó en la Huelga de la Ferroviaria "Barcelona Traction" en 1919 y que acabó por confirmarse con la unión corporativista entre la Unión Patriótica - "antipartido" - y los sindicatos existentes. 

Mi abuelo Ramón tenía dos hermanos mayores: Isabel y Enrique. Mi bisabuelo Victoriano - "Víctor" - había casado previamente con una mujer de la aldea de El Derramador, quién también falleció, pero fue por tuberculosis, llevándose con ella a una pequeña niña llamada Felicia (abuela mayor de mi abuelo Ramón, por tanto). Era un ambiente familiar, hogareño y solariego, con las típicas carencias que todo hogar rural en unos tiempos de desigualdades se vivían. La ingente cantidad de tierras que mi Familia tenía en Calderón - seguimos teniendo - y que eran perfectamente trabajadas, por desgracia, no daba para mucho. La "cuestión agraria" se empezó a abordar con Primo de Rivera, mucho antes de que el bienio reformista de la II República, la llevase a práctica. Quede claro que mi bisabuelo tenía tierras y, técnicamente, era un terrateniente; quede claro también que igual que tuvo trabajadores a su cargo y él también trabajó a cargo de otros como su hijo, no fue un "señorito de derechas" como cualquiera que lea esto pensaría. 

Mi abuelo Ramón pronto pasó a cuidados de una familia de San Antonio conocida como "Los Carriles", en una práctica muy común para aquellos que se habían encontrado con el fallecimiento prematuro de una madre, la que proporcionaba lactancia. Mi abuelo tuvo que estar hasta los cinco años junto a su madre 'adoptiva' Maximina en San Antonio, y digo 'adoptiva' entre comillas, pues él seguía viviendo en Calderón con su padre, quién pagaba a su madre 'de leche' para que le proveyera de cuidados. Aquella familia se trasladó posteriormente de San Antonio a Torrente, y seguimos manteniendo una buena relación con ellos, con los 'hermanos de leche' de mi abuelo.

Curtido, como todo hijo de vecino nacido en los convulsos años 30, en las más inimaginables de y atroces de las situaciones, mi abuelo supo salir adelante sin más ayuda que la de sus familiares y amigos que vieron en mi abuelo la mayor capacidad de resistencia nunca antes vista. Aún a pesar de ser muy constante y trabajoso en los estudios, ya sabemos lo que pasaba entonces a quiénes no tenían posibles, y tuvo que seguir trabajando en el campo. De 1948 a 1949 realizó el servicio militar en Manises y afianzó su noviazgo con mi abuela, con la que se casó en 1958. En 1960 nacería su único hijo, mi padre.

Mi abuelo sorteó no sólo las dificultades aparejadas a los hombres y españoles de su tiempo como las dificultades económicas o casi un éxodo rural. Mi abuelo que hasta los cuarenta años estuvo viviendo en su aldea tuvo enfermedades respiratorias que estuvieron a punto de llevárselo por delante y muchos sustos en el corazón. Hablamos de cuando mi padre era un niño pequeño, muy adelantado a los suyos y a quién le propusieron continuar sus estudios en el Colegio Santa Ana de Utiel, donde a mi padre se le subió un curso (como se intentó hacer conmigo, pero aún a pesar de superar favorablemente las pruebas de CI y todo, hubo cierta 'china' en el zapato con un dibujo que no le gustó al psicólogo). Quizá una inteligencia heredada, quizá la inteligencia del esfuerzo, del valor, de un talento que poco a poco se va puliendo.

De mi abuelo Ramón poco más puedo decir. Que se mudó de Calderón a San Juan, no participó de un masivo éxodo rural como si hicieron muchos contemporáneos suyos, pero sí se mudó. De una aldea a otra que distaban apenas tres kilómetros y a la que se fueron andando y sin coche. Compraron una casa, en tiempos en los que se alquilaba, en la Calle Nueva de San Juan, cuando esta era una aldea pujante en la Vega del Magro, y que miraba a los ojos a la siempre hegemónica San Antonio. Una casa que no tenía agua potable, ni cañerías, y en los que se tenían que hacer las necesidades en un corral; una casa que hasta el año en que murió mi abuelo (2013) no contaba con un sistema de vitrocerámica y en el que se tenía que calentar la sartén con una bombona. Recuerdo yo la de veces que he tenido que meter la bombona. 

Y aún así, aún a pesar de las carencias, vivió feliz. Si tenía que doblar turno en el campo para que mi padre - quién nada más acabar el servicio militar quería estudiar carrera universitaria y no tirarse la vida en el bar - pudiera estudiar lo hacía y a su vez, le seguía enseñando a mi padre la utilidad y la bondad del trabajo duro. Si en mi casa hasta mediados de los años 80 se seguía asando una patata, una simple patata, en una estufa de madera se hacía. Época de pocos caprichos, época de sufrimiento y se salió adelante.

Por eso, yo me siento orgulloso de ser el nieto de tan egregio hombre, me siento orgulloso de que cuando yo pintaba y dibujaba, cuando tenía una carrera artística por comenzar, él colgaba mis lienzos y mis dibujos en su sala de estar, porque él siempre se sintió orgulloso de tener un nieto como yo, siempre se gloriaba de hablar de mí. Porque él y nadie más que él, me entendió. Porque yo a él le he dedicado cuadros, dibujos y artículos como este, a él le he dedicado lo poco bueno que me ha pasado en la vida, porque sé que en las muchas veces que me abato, él estará ahí para acompañarme y guiarme. Desde el cielo. Desde el cielo donde están los abuelos, desde el cielo donde están los más grandes.

Porque yo sí siento orgullo de tener cultura de la familia, orgullo de trabajar duro y orgullo de ser aldeano. Porque yo sí siento orgullo de tener valores que hoy día se pierden en medio de la vorágine globalista y torrebabelista. Porque yo te quiero, abuelo. Tenlo por seguro. Me disculpo si alguna vez pudiera haber hecho algo que te deshonrara, pero ten en cuenta que todo lo hice por ti, por tu nombre, por tu figura. Te quiero abuelo. Te quiero mucho. Por haberme enseñado todo lo que soy. A ti, consagro esta entrada. La mejor entrada de Cultura Hespéride.

Y, por cierto, a tres días del cumpleaños de dos personas, también muy especiales en mi vida. Personas especiales que nunca jamás pudieron conocer a mi abuelo, pero que si lo hubieran conocido, lo hubieran querido. Dos personas especiales como lo son los hermanos Mira (Borja y Carlos), a quiénes les deseo la mejor de las suertes y una felicitación de cumpleaños anticipada para el día 29 de octubre.


En memoria de mi abuelo Ramón, en el recuerdo de mi abuela Luz. En el recuerdo de su hijo. En el recuerdo de su nieto. En el recuerdo de todos cuantos le quisimos.


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