martes, 8 de diciembre de 2020

Las folclóricas o el declive continuado de lo español

Feliz Día de la Virgen de la Inmaculada Concepción, dogma de la Iglesia Católica establecido en 1854 y que asegura que la Virgen María fue virgen antes, durante y después del parto de Jesús, concebido y tenido en virginidad, a los Colegios Oficiales de Farmacéuticos y las Facultades de Farmacéutica. Feliz Día para el Arma de Infantería del Ejército Español y para todas las Inmaculadas, especialmente para las "Inmas", nombres tan recurridos - junto a las "Soles" - cuando se nos preguntaban por eventuales parejas. Tantas representaciones pictóricas ha tenido, destacando por sobre todas, la de "Virgen de la Inmaculada de El Escorial" pintada por Bartolomé Esteban de Murillo entre 1660 y 1665, y expuesta en el Museo Nacional de El Prado... y se le llama de "El Escorial" por estar entre la colección de pinturas de Carlos IV, a finales del XVIII.

Y la que más destaca, la más significativa de las representaciones pictóricas, es la de Juan Bautista Tiepolo, pintada entre 1767 y 1769. Flanqueada por ángeles y aplastando a la serpiente, a la serpiente de la tentación genesíaca, a la que condenó al mundo y a los descendientes de Adán y Eva al sufrimiento eterno y a perder el favor divino, generando en la conciencia semítica esa visión negativa del trabajo y del esfuerzo duro, una visión que yo, no comparto. No obstante, esa serpiente bien puede representar otras cosas como la tentación, el hedonismo, la promiscuidad, la caída al mundo moderno, la vagancia y demás males que asolan a este mundo moderno y 'muh, siglo XXI'. 

Bueno, pues hoy no sólo hablamos del asqueroso modernismo - saco en el que no se ha de meter al futurismo de Marinetti -, sino a la involución cultural que lleva sufriendo nuestra querida Ejjjjjjjjpaña, la Ejjjjjjjpaña cañí de los toritos, del flamenco, del 'oleole' pantojil - o lolafloril, me la trae al pairo - y de ser el bareto de los países centroeuropeos. 

Vaya por delante, que a mí la ópera de "Carmen" de Bizet, basada en la obra homónima de Prospero Merimée - un extraordinario historiador y arqueólogo - me parece una auténtica belleza, y aún a pesar de las licencias que se tome con respecto a la novela, por la importancia que se le da al toreador Escamillo en la ópera, es una obra que ejemplifica lo que, por desgracia, puede hacer un mal amor, y digo mal amor, porque el amor tóxico, el malo, el impuro, el que genera desasosiego, viene del deseo carnal, del placer efímero y de la inmediata querencia por un trozo de carne pero no la consolidación de una relación entre dos iguales. Por desgracia, este pensamiento lujurioso no es algo moderno, sino algo que viene desde que el humano se humaniza y piensa que la "naturalidad animal" de procrear con cualquier especie era algo que se seguía manteniendo, soslayando quizá el hecho de que entre animales, especialmente entre los fieles lobos, los magnos leones y las imperiales águilas siempre estaba esa protección, esa fidelidad que entre humanos poco se da. 

Entre esa componenda que romantiza el peor de los amores - y el tema del amor carnal e inmediato con fatal desenlace tanto para el falso enamorado como la pretendienta se ha tratado en nuestra literatura con la "Tragicomedia de Calisto y Melibea" de Fernando de Rojas o en el "Libro de Buen Amor" de Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita, en su definición del 'loco amor' - y la visión de España como una zona de gitanerío y de flamenqueo (la novela original, de hecho, se ambienta en Etxalar, una localidad de Navarra, que más que el "Sur de Francia" se consideraba el "sur gitano de Francia"), nos encontramos con la deteriorada visión de España al exterior.

No es cuestión de la pillería del Siglo de Oro, mil veces narrada por Cervantes y Quevedo, mil veces pintada por Murillo y Velázquez, que retrataba como una España imperial en el exterior - aunque ya sufría sus derrotas - padecía lo peor en el ámbito interno, no obstante, esa imagen de una población empobrecida y pasándolas negras, se veía en todo el continente europeo, especialmente en nuestra más acérrima enemiga - más incluso que los británicos, me atrevería decir - Francia, tan pomposa y lujosa para sus más altos estamentos, tan pobre y abandonada para el pueblo llano. Es cuestión de que, conforme iba avanzando el inexorable paso de la Historia, España iba manteniendo un Imperio a marchas forzadas, cuando su sino imperial ya había sido perdido del todo, sin viso alguno de recuperación, enlodados con un analfabetismo preocupante, una nación a la que no había llegado la industrialización y que sufría a la corrupta estirpe bubónica - sí, como la peste -. 

Juvenal nos legó la certera frase del "panem et circenses", al que yo - igual que muchos lo hicieron antes que yo - matizo con un "más circenses que panem" y que, en España está siendo sustentada en el "pan y toros" que surge tras la Guerra de Independencia - o Guerra del Francés, término más acertado y popular - donde se ve a los bandoleros andaluces como héroes y como paradigmas de la libertad, de la resistencia contra el francés. Quizá olvidándose de la heroica resistencia que, por ejemplo, se hizo desde la Junta de San Clemente en Cuenca, desde Requena, o al alavés José de Abecía, al toledano Tío Camuñas, el valenciano Jaime el Barbudo, la manchega vieja Juana Galán o el cura natural de Neila y párroco de la guadalajareña Tamajón, Matías Vinuesa López de Alfaro (cuyo asesinato en 1821, copa "El Grande Oriente" de Pérez Galdós de 1876). Tampoco sabremos como unos bandoleros, reconocidos ladrones, que ya habían sembrado lo que habían sembrado en los campos andaluces y catalanes durante el siglo XV, recibieron luego ese súbito perdón de la sociedad española. ¿Qué tenía de castizo, qué tenía de español? 

No critico ni mucho menos a la cultura andaluza, no critico tampoco a aquello que enamoró al escritor Washington Irving y que inspiró pinturas románticas, pero hasta ahí. Porque el flamenco - igual que las mal llamadas "sevillanas" - no es folclore hispánico, ni mucho menos, son derivaciones de la cultura gitana, proveniente de la India, relacionado con la danza clásica de los kathakas o bardos nómadas del Norte de la India. ¿Relativo al cruce de culturas en Andalucía? Pues todo pueda ser, en una zona portuaria que fue la conexión de España con el nuevo mundo como lo ejemplifican los puertos de Cádiz, Sevilla o Huelva, o las repoblaciones centroeuropeas de Córdoba, Jaén y Granada, podrían ser una buena explicación. ¿Pero qué reafirmación de lo hispánico podría existir? ¿Cuál? ¿Es que acaso tenía que ser 'afrancesado' todo aquel que, sin ser necesariamente liberal o simpatizante del Pepe Botella, amara un poco a España para procurarle un mejor gobierno y un mejor caminar en la historia? 

Con la popularización del flamenco, empieza el declive de lo español. A mí, históricamente hablando, no me parecen tanta perdida Cuba o Filipinas, mi economía de medios me dice que no se ha de retener a lo que ya es una rémora y cuesta sangre y esfuerzo, y lo digo con todo el respeto para los valerosos Últimos de Filipinas, como mi paisano D. Loreto Gallego García, pero es así. Lo que sí me parece una pérdida de verdad son los valores de la sociedad española mientras unos nacionales se estaban batiendo el cobre en la otra punta del mundo, mientras aquí se pasaban las tardes disfrutando de una rica y calenturienta horchata, en las Plazas de Toros o en el flamenco. 

Yo, como Eugenio Noel, antitaurino y antiflamenco. La tauromaquia, sí, es el combate contra el toro, es una costumbre mediterránea, pero igual que es antinatural por mostrar una lucha desigual contra el toro, también es anticuada, reaccionaria y, sobretodo, sin ningún tipo de valentía. En las corridas de toros, supuestamente más iguales que el Toro de la Vega o el 'bou embolat', se les administran calmantes, drogas, a los toros, para que salgan más dóciles, obviando que, efectivamente, el toro embiste, porque es su sino, pero así, más calmado, el 'marinero de luces' puede mostrar su sadismo respecto a un animal más bravo y valiente que él a una enfervorizada grada que apesta a puro y café.

Y el flamenco ya empezó a farfullar en los años 20, cuando empezaron a denominarse "ópera flamenca", intentando equipararse a la zarzuela de D. Isaac Albéniz y su excepcional guitarreo en Asturias. Se denominaron "ópera flamenca", porque aún a pesar de ser un arte chabacano, de pandereta y propio de tarados que se regocijaban siendo los tontos del pueblo pero ahora con el reconocimiento y los aplausos de unos tipos, todavía más lobotomizados, pensaron en tener únicamente un gravamen del 3% en vez del 10%, como en esa época tenían los espectáculos de variedades.

Que García Lorca se prestase a hacer un concurso de cante jondo entre el 13 y el 14 de junio de 1922, todavía es entendible, todos sabíamos lo predispuesto que estaba ese personaje a meterse en cualquier zarzal, pero lo del gran compositor Manuel de Falla es sorpresivo. No obstante, si la Generación del 98, una generación más 'realista' y más patriótica demonizaba - y con gran razón - al flamenco, fue la elitista Generación del 27, de aquellos burgueses e hijos de señoritos andaluces, cuando el flamenco tiene un reconocimiento no merecido.

Las siguientes noticias del flamenco y de las folclóricas las tenemos en los años 50, con la aparición de una mediocre como Lola Flores, camandulera hasta la médula, que vinculaba el 'no tener pelos en la lengua' con fumar y soltar excrecencias por la boca para generar la envidia del esfínter que ya no tenía la exclusiva de expeler deposiciones. Ya se había tenido un amago con la cinematográfica Imperio Argentina y su 'Falsa Moneda' que yo a tantas novias he cantado, pero aquella no era tan payasa como la que vendría ahora.

Y se había de estar a la 'verita' de lo que esta tipa quería, una tipa que se ceñiría cordeles de esclava por la libertad de... no se sabe quién. Una espantaja falta de cultura, que nunca se valió de su talento musical, sino de moverse zapateando como si fuera un niño de cinco años pegando pataletas en la sección de juguetes del Carrefour porque no le han comprado el cochecito de juguete que quería. Sin pelos en la lengua claro que sí...

Y luego, la conversión de España de una nación industrializada, con una potente agricultura, que era la octava potencia mundial a la decimoquinta - y bajando - durante los primeros años del Régimen del 78. Cuando España pasó a ser la camarera de los países centroeuropeos y la que acogía a jeques de Arabia Saudí en la Costa del Sol, fue cuando proliferó el queridísimo flamenco, y los rescoldos futboleros de los 60, los recogió el señorito andalú por antonomasia, Francisco Rivera Pérez "Paquirri", torero, casado con una socialité bellísima como Dª Carmina Ordóñez y a la que acabó dejando por la 'flamenca' y aprendiz de espantaja, Isabel Pantoja, la que llegó virgen al matrimonio o, quizá, se ha oído mal, y llegó gracias a la Virgen a un matrimonio que ni ella se esperaba.

Revistas del corazón y más revistas. Y el héroe español, el artista español, pasó de ser un Velázquez en plenitud, un Goya con sus oscuros, un Cervantes con su narrativa, un Baltasar Gracián criticando los estamentos o un rey sabio como Alfonso X a ser un 'marinero de luces', un torero fallecido por herida de asta de toro - nada de 'cogida', asta de toro - y cuyo arte era el mostrar un paño rojo a una empitonada bestia que lo embestía por ser su naturaleza, no porque tuviera nada contra él. Obviamente, no tenía nada contra él, el animal no tenía raciocinio.

Entonces, la Pantoja se convirtió en la viuda de España, en la que cantaba canciones enteras para un niño que no quería lentejas y ahora es un tipo que se pone latas de Coca-Cola como pendientes, y en la 'pobrecita' que guardaba dinero en bolsas de basura sin saber de que era.

El declive de España, la fuga continuada de científicos, de maestros, de catedráticos y de gente trabajadora, se produce desde el capote y la bata de cola. Mientras el campo español muere, mientras los museos languidecen, se ve reluciente el mundo del toreo y el mundo del flamenco, porque, por desgracia, es lo que a la sociedad española se le lleva acostumbrando desde hace mucho tiempo.

¿Y así se quiere procurar la Unidad de España, amigos? Esta no es mi España. Mi España es la de Juan de Juanes, la de Velázquez, la de Murillo, la de Goya, la de Cervantes, la de Quevedo, la de Delibes, la de Camilo José Cela, la de la Escuela de Salamanca, la de los agricultores y la de los ganaderos, la de los fontaneros, la de los panaderos, la de los profesores, de los médicos y de los juristas, la de los que madrugan, y no la de Belén Esteban, ni la de la Pantoja, ni la de la Lola Flores, ni la de los chufleros buscaruidos y metomentodos. Por desgracia, esta última España, es la España que tenemos hoy día y, mientras estemos enclaustrados en la decadencia y la lobreguez, y timoratos para no salir de ella, nos encontraremos con un futuro negrísimo. 

Les deseo una Feliz Navidad, dentro de lo que se puede esperar, y que se respete más la cultura, la auténtica cultura, el auténtico arte y no caigamos en los olés pantojiles. No diré 'pantocracia' no sea que se confunda con el pantocrátor románico, quizá si 'patocracia' por ser el gobierno de los más psicópatas, pero lo de la Pantoja es de niveles desaforados.

Quizá, la anaciclosis polibiana debería haber recogido la 'telecircocracia' como una nueva forma de Gobierno.

Confidencias: Lola Flores, la faraona | Mujerhoy.com

"La Faraona", maestra del eyeliner y de las uñas postizas, no tanto en el talento musical, pionera de la 'uxor ostendens'  (mujer del espectáculo) y mentora de Antonio Recio en el arte del taconeo. Jamás sabremos agradecértelo, faraona de la luz del día o como demonios quieras que te denominemos.

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JAVIER RAMOS BELTRÁN, A 8 DE DICIEMBRE DE 2020

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Tal día como hoy, hace 91 años, nació mi querida abuela, Dª María Luz García Arenas, fallecida hace ocho meses, el día 1 de abril de 2022. H...