Este cuadro de Marcos Hiráldez Acosta, pintado en 1864 y expuesto en el Senado de España, acerca de la famosa Jura de Santa Gadea, ocurrida a finales del año 1072 en la Iglesia de Santa Gadea de Burgos, donde Alfonso VI tuvo que jurar - y demostrar - ante Rodrigo Díaz de Vivar, que él no tenía nada que ver en el asesinato de Sancho II de Castilla, su hermano y que murió asesinado durante el Cerco de Zamora. No hay más evidencias que las aparecidas en el "Romance del Juramento que tomó el Cid al rey Don Alfonso", romance probablemente difundido durante el siglo XIII:
En Santa Gadea de Burgos
do juran los hijosdalgo,
allí toma juramento
el Cid al rey castellano,
sobre un cerrojo de hierro
y una ballesta de palo.
Las juras eran tan recias
que al buen rey ponen espanto.
- Villanos te maten, rey,
villanos, que no hidalgos;
abarcas traigan calzadas,
que no zapatos con lazo;
traigan capas aguaderas,
no capuces ni tabardos;
con camisones de estopa,
no de holanda ni labrados;
cabalguen en sendas burras,
que no en mulas ni en caballos,
las riendas traigan de cuerda,
no de cueros fogueados;
mátente por las aradas,
no en camino ni en poblado;
con cuchillos cachicuernos,
no con puñales dorados;
sáquente el corazón vivo,
por el derecho costado,
si no dices la verdad
de lo que te es preguntado:
si tú fuiste o consentiste
en la muerte de tu hermano.
Las juras eran tan fuertes
que el rey no las ha otorgado.
Allí habló un caballero
de los suyos más privado:
- Haced la jura, buen rey,
no tengáis de eso cuidado,
que nunca fue rey traidor,
ni Papa descomulgado.
Jura entonces el buen rey
que en tal nunca se ha hallado.
Después habla contra el Cid
malamente y enojado:
- Mucho me aprietas, Rodrigo,
Cid, muy mal me has conjurado,
más si hoy me tomas la jura,
después besarás mi mano.
- Aqueso será, buen rey,
como fuer galardonado,
porque allá en cualquier tierra
dan sueldo a los hijosdalgo.
- ¡Vete de mies tierras, Cid,
mal caballero probado,
y no me entres más en ellas,
desde este día en un año!
- Que me place - dijo el Cid -.
que me place de buen grado,
por ser la primera cosa
que mandas en tu reinado.
Tú me destierras por uno,
yo me destierro por cuatro.
Ya se partía el buen Cid
sin al rey besar la mano;
ya se parte de sus tierras,
de Vivar y sus palaciso:
las puertas deja cerradas,
los alamudes echados,
las cadenas deja llenas
de podencos y de galgso;
sólo lleva sus halcones,
los pollos y los mudados.
Con él iban los trescientos
caballeros hijosdalgo;
los unos iban a mula
y los otros a caballo;
todos llevan lanza en puño,
con el hierro acicalado,
y llevan sendas adargas
con borlas de colorado.
Por una ribera arriba
al Cid van acompañando;
acompañándolo iban
mientras él iba cazando.
Aún a pesar de este mito, tan ampliamente extendido y difundido, este jamás ocurrió, pero sí fue quizás una licencia artística y literaria sobre la lealtad y fidelidad de un noble como Rodrigo Díaz de Vivar - concepción germánica medieval de que el caballero andante, el noble, ha de plegarse siempre a lo que su amo diga - hacia Sancho II de Castilla, hermano de Alfonso VI de León y al que le correspondió el Reino de Castilla tras la partición que su padre Fernando I de León hizo de los distintos reinos. Sancho era el primogénito y le correspondió el Reino de Castilla, creado por su padre, y las parias ssobre el reino taifa de Zaragoza; Alfonso recibió como herencia y al ser el segundogénito varón el Reino de León, la zona más prestigiosa e histórica hasta entonces, sumado a las parias de la taifa toledana; a García el nuevo Reino de Galicia creado por las tierras gallegas que comprendían la actual región de Galicia, el norte de Portugal y hasta los tributos de los reinos taifas de Badajoz y Sevilla; y a Urraca y Elvira, a condición de que no contrajeran matrimonio, les hizo heredar el infantazgo, una institución que se había creado en el siglo X para las hijas solteras y que tenía como objeto el cuidado de monasterios y otros edificios u objetos de valor que recibieran en herencia. El orden de los hermanos en edad era el siguiente: Urraca, Sancho, Elvira, Alfonso y García.
Sobre la famosa Jura de Santa Gadea, más que cualquier reflexión literaria, cabe hacer una reflexión histórica. Pudo no haber existido una única "Jura de Santa Gadea", ni tanta epicidad de la que se dotó, pues era una práctica muy común entre los nobles, los caballeros y los hidalgos (recordemos que los hidalgos no eran nobles venidos a menos, ni unos "trepas" como tan vergonzosamente se ha querido señalar, sino personas exentas del pago de determinadas obligaciones militares y a las que, por requerimiento real ante una eventual campaña militar, se les confería el derecho de portar armas), los cuáles - y cómo dice acertadamente nuestro refranero castellano - "podían hacer de su capa un sayo si lo deseaban". Privilegios por haberse destacado en campañas militares junto a su señor, por su valentía en el campo de batalla contra los mahometanos u otros enemigos de la Corona y por haber encabezado las Repoblaciones de los terrenos ganados a los moros, privilegios que jamás tenían fin y que amenazaban seriamente al poder real. Es por eso, que aunque estuvieran bastante protegidos y pudieran hacer tambalear monarquías enteras por "crear" Estados dentro de los Estados, cualquier pretexto era bueno para utilizar contra ellos una fórmula que hasta la llegada de las "Siete Partidas" de Alfonso X no se reformó, y era la del destierro. Irónico es que en estas "Siete Partidas", una recopilación de toda jurisprudencia hasta el momento y que venía a completar el "Ordenamiento de Nájera" - fue el hijo de Alfonso VI, Alfonso VI en 1137 quién promulgó este Ordenamiento, siendo el primer Código escrito medieval - para no conceder tanta importancia al estamento nobiliario y que le granjeó enemistades hasta con sus propios hermanos y que coleó durante el reinado de su hijo Alfonso XI, quién promulgó el "Ordenamiento de Alcalá" en 1348, se revocara toda posibilidad de destierro.
Hasta ahora se nos ha hablado del honor de un caballero andante como El Cid, expulsado "ipso facto" por haber hecho jurar a Alfonso VI que él no estaba implicado en el asesinato - en el vil asesinato - de su hermano durante el Cerco de Zamora, producido en el zamorano Portillo de la Lealtad, un espacio que era propiedad de la hermana Urraca, merced a las labores que le estaban emparejadas por ostentar el infantazgo, y a la que también se le imputó el haber tenido algún mínimo involucramiento en un asesinato materializado por otro noble como lo era Vellido Dolfos, a quién se refieren en otras transcripciones como Bellido Dolfos o Vellido Adolfo, cuando la realidad era otra, no tan distinta, pero otra sin tanto tono épico. Don Rodrigo Díaz de Vivar no era un infanzón bien avenido, venía de una familia noble de alta alcurnia leonesa y, de hecho, su mujer, Jimena Díaz, era prima de Alfonso VI, como tantos y tantos mitos que rodean a este 'campidoctor' (docto en el campo de batalla) que siempre juró fidelidad al Rey al que esta entrada va dedicada.
No obstante, aunque a Alfonso VI se le quiera ensombrecer por un asesinato en el que no tuvo apenas implicación, este se destacó por una doble misión: con la conquista de la ciudad de Toledo en 1085, aumentó de la frontera meridional de su reino desde el río Duero hasta el río Tajo; y, conseguir que el Reino de Castilla y las "tierras españolas" pasaran de ser "lugares de moros que no merecían la pena" a "zonas que merecían una reconquista, una santa cruzada" y digna de ser romanizada, sustituyéndose incluso el rito mozárabe por el romano a la hora de dar misas, en una maniobra que Pedro Voltes Bou explicó acertadamente en su libro Historia Inaudita de España, y que se aplicó por su homólogo navarro Sancho Ramírez de Navarra, quién también era pariente de Alfonso VI.
Y, si antes se hablaba del supuesto origen infanzón y bien avenido del famoso Cid Campeador, fue precisamente Alfonso VI quién si tenía ese origen, pues 'infanzón' iba definido a los 'segundones' de una familia de alta nobleza como lo era el caso de este monarca y del que ya nos hemos extendido con anterioridad a la hora de hablar del reparto real. Tenía sangre navarra y castellana, siendo infante leonés, hijo del rey el gran reino de León, Fernando I, quién desgajó de ese gran reino a Castilla y Galicia para dársela a los otros dos hijos varones, que a su vez era hijo de Sancho el Mayor, rey de Pamplona y la condesa Muniadona Sánchez - Munia -; mientras que su madre se trataba de la infanta leonesa doña Sancha, heredera del reino leonés tras el deceso en 1037 de su hermano, Vermudo III, quién si era - efectivamente - el rey de León, y que hizo que, el matrimonio de Fernando I y de Doña Sancha, tuviera la consideración de "matrimonio regio".
No se puede precisar exactamente su fecha de nacimiento, ni su lugar, algo muy común entre los dirigentes de la Alta Edad Media, teniendo unas someras referencias a través de la Primera crónica de Sahagún, firmada por un testigo presencial en directo de su muerte - que si está documentada con mucho tino para el día 30 de mayo de 1109 - que hace una expresa mención a una edad de "sesenta y dos annos" del rey fallecido y el "quarenta y quatro annos de su reino" (accedió al poder tras la muerte de su padre el día 27 de diciembre de 1065), estableciéndose que probablemente naciera entre el 1 de junio de 1047 y el 30 de mayo de 1048. Esta teoría mentada es la que cobra más sentido por la documentación directa e inmediata de la que constaba, pero también se ha venido estableciendo su nacimiento entre 1040 o 1041, por hipótesis de que la accesión al trono leonés en 1065 pillaría demasiado joven e inexperienciado al nuevo monarca. En lo que respecta a su infancia e adolescencia, los únicos datos se extraen de la Historia Silense, donde se menciona que su hermana mayor Urraca lo trataba como una madre a su hijo y el sumo interés que su padre Fernando I tenía en que se experienciaran tanto en el "trivium et quadrivium", las conocidas como siete artes liberales contrapuestas a las artes serviles como los oficios o las mecánicas.
Después de haber entrado en materia con el lío sucesorio que acabó por repartir entre los tres hermanos varones el reino de Fernando I, se observa como entre los hermanos varones había una paz que duró hasta la muerte de su madre, la reina doña Sancha en el día 7 de noviembre del 1067. Fallecida la madre, las hostilidades entre los hermanos se recrudecieron, destacando las batallas de Llantada (Palencia) el 16 de julio de 1068 y, la definitiva, la Batalla de Golpejera (Palencia) el 18 de enero de 1072, ambas con victoria 'sanchista' a la 'alfonsina', provocando en esta última que el rey leonés se exiliara al reino moro de Toledo. A destacar que en la victoria castellana en la palentina localidad de Golpejera, el Cid Campeador ocupó un puesto preponderante en las tropas castellanas, reconocido por arrojo y demostrando fidelidad a su señor Sancho, fue tan abultada y sonada la derrota leonesa, que aquello dejó un poso de resentimiento en Alfonso y Urraca, que pudo haber sido el desencadenante de lo urdido durante el Cerco de Zamora. Aparte de los conflictos entre Sancho y Alfonso, existió entre medias - en 1071 - una eventual alianza que les llevó a apresar a García para apoderarse de Galicia y desterrando al varón benjamín a Sevilla.
Finalmente, y tras el asesinato de Sancho - quién había conseguido reconstruir el reino de su padre en 1072 -, se convocó una curia - asamblea extraordinaria - del reino en León, siendo aclamado como rey del territorio homónimo, y a su vez también de Castilla y de Galicia, regresando también el desterrado García a este último territorio, pretendiendo ser aclamado como Rey, para acabar finalmente apresado por su hermano Alfonso el día 13 de febrero de 1073, recluido en el castillo de Luna (León) hasta su fallecimiento el 22 de marzo de 1090, lo que acabó por confirmar la hegemonía alfonsina, dando los remates finales a la obra constructora de su hermano, reunificando por segunda vez el gran reino leonés.
Una muerte imprevista como la de Sancho García IV de Navarra el 4 de junio de 1076, concedió la ocasión a Alfonso VI para extender las fronteras de su reino por la totalidad del condado de Castilla, por La Rioja, por toda Vizcaya, por la mayor parte de Guipúzcoa e incluso por parte de Navarra, recibiendo en su haber un territorio con extensión desde el Atlántico hasta orillas del río Ega en Navarra y el Urumea en Guipúzcoa, siendo este reino con capitalidad en León, un robusto territorio, con una no menos robusta administración, que se enfrentaba a musulmanes divididos en una veintena de reinos taifas, con frecuentes hostilidades entre sí, y de los cuáles los más poderosos eran los de Zaragoza, Toledo, Badajoz, Sevilla y Granada.
Aunque en un principio, Alfonso quería seguir la política de su padre, de que estos territorios le rindieran tributo - las conocidas como parias -, la muerte del rey de Toledo, al-Ma'mün, el día 28 de junio de 1075, precipitó los acontecimientos que forzaron a una nueva política expansionista, que comenzó con la ocupación de importantes fortalezas en su interior.
Se reconquistó Toledo el día 6 de mayo de 1085, convirtiéndose esta victoria en un hecho decisivo para el definitivo avance de la Reconquista, un definitivo espoleo para seguir en la pomada y que permitía firmar alianzas con los demás reinos cristianos peninsulares para derrotar al islam, y sobretodo, la ganancia de notoriedad internacional. El rival alfonsino sería ahora el caudillo almorávide Yusuf b. Tasufn, quién había acabado de someter Ceuta en agosto de 1084. Este caudillo almorávide derrotaría al ejército alfonsino el 23 de octubre de 1086 en el campo de Sagrajas, unos kilómetros al norte de Badajoz, siendo la primera derrota en campaña que las tropas del Rey de León sufrían desde el año 1008. Aquí, pareció acabar la expansión leonesa, frente a unos territorios musulmanes que seguían divididos, pero la conservación de la línea defensiva del Tajo con Toledo y Talavera como bastiones inexpugnables está en su haber como éxito.
Regresaría Yusuf a España en 1088, dirigiendo sus esfuerzos a tomar el castillo de Aledo, no muy lejos de la población murciana de Lorca, desde donde una guarnición cristiana incursionaba una buena parte de las tierras levantinas, hasta que Alfonso VI logró forzar el cese del asedio y la retirada del emir africano, quién culparía del fracaso a las rencillas y a la poca decisión de los taifas. El emir Yusuf quería 'unificar' las taifas andalusíes, deponiendo a todos sus dirigentes, a excepción del de Zaragoza, protegido por la presencia de Rodrigo Díaz de Vivar en Valencia. El emir, regresaría por cuarta vez a España en 1097, dirigiendo sus fuerzas contra Toledo, resultando infructuoso para los intereses mahometanos y beneficioso para las tropas leonesas, aún a pesar de la grave derrota de los ejércitos de Alfonso VI en Consuegra el 15 de agosto de 1097, donde fallecería el joven Diego Rodríguez, único hijo varón del Cid Campeador, enviado por este tras su reconciliación.
Sobrino del Cid Campeador era Álvar Fáñez quién sufrió una aplastante derrota a manos del ejército almorávide del hijo de Yusuf, Muhammad b. Aisa, en tierras de Cuenca, mientras se encargaba de defender las tierras de Alarcón, Cuenca, Huete, Uclés y Santaver, las denominadas como "tierras de Álvar Fáñez", aunque no perdería ninguna tierra alguna, pues los musulmanes se retiraron tras incursionar violentamente en aquellas tierras, aunque el amargo sabor del descalabro no fue exclusivo del mentado magnate castellano, sino que también se hizo extensible los dos yernos borgoñeses de Alfonso VI, don Ramón (en 1094, cuando los almorávides ocuparon las ciudades de Lisboa y Sintra) y don Enrique (derrotado en el 1100 a la altura de Malagón), a quién el rey leonés encomendó los gobiernos de Galicia y Portugal respectivamente. Pero la peor derrota de los ejércitos alfonsinos a manos de las huestes africanas se produciría el día 29 de mayo de 1108 en los campos próximos a Uclés (Cuenca), falleciendo el único hijo varón del rey leonés, el infante Sancho, todavía adolescente y a quién su padre encomendó la dirección del frente de Toledo mientras él se retiraba a León. Esta derrota en Uclés desencadenó la pérdida de las tierras de Cuenca y la mayor parte de Guadalajara, compartiendo junto al Cid Campeador, la pérdida de sus únicos hijos varones, lozanos en la vida, a manos de los almorávides.
Mientras las tropas alfonsinas sufrían derrotas, las tropas del Campeador aliadas a las de Pedro I de Aragón, cortaban la retirada del emir derrotado Abu Abdallah Muhammed Tasufn en Gandía. La muerte del Cid Campeador el 10 de julio de 1099, a cinco días de la entrada de la entrada de los cruzados a Jerusalén, hizo que el señorío sobre Valencia y su comarca fueran heredados por su viuda, doña Jimena, que los perdería a mediados del año 1101 a manos del general lamtuní Muhammad al-Mazdali. El socorro que Doña Jimena pidió en 1102 a las tropas alfonsinas, hizo que este no dudara ni un instante en acudir, aunque sopesando la lejanía de tierras valencianas respecto de Castilla, exigió la evacuación de la ciudad valenciana el 5 de mayo de 1102 y el retorno a Castilla de su ejército y lo que quedaba del 'cidiano'.
Las merindades fueron la gran novedad de un rey que logró ampliar su territorio por zonas indómitas y páramos agrestes, aparte de destacar los consejos ciudadanos de villa y tierra las dos Extremaduras: la Castellana con las tierras de Soria, Segovia y Ávila, y la Leonesa con comarcas salmantinas, destacándose esta jerarquía entre autoridades de la villa: juez, alcaldes y sayón, elegidas por el propio consejo. Estos territorios vacíos comprendíam más de 100 kilómetros cuadrados despoblados, repoblándose las importantes ciudades de Salamanca, Ávila y Segovia, participando Don Ramón de Borgoña, en 1092, tras el matrimonio con doña Urraca, hija del rey Alfonso.
La grandísima autonomía de los concejos era gubernativa, judicial, económica e incluso militar, ya que los hombres del concejo acudína a la guerra a llamamiento del Rey, pero bajo la enseña del concejo y las órdenes inmediatas de su adalid, del que era el jefe de la milicia concejil. En Toledo, se encontró con la peculiaridad de tres gruesos cristianos como los mozárabes o cristianos enraizados que resistieron bajo la dominación musulmana (dimníes mínimamente tolerados a cambio de pagar un tributo), los castellanos (repobladores cristianos llegados del norte del Duero) y los francos (todos aquellos llegados del otro lado de los Pirineos). Los musulmanes acabarían por abandonar la ciudad toledana, conforme iban viendo con optimismo las campañas almorávides. Según Rodrigo Jiménez de Rada - eclesiástico, dirigente y destacado militar durante las campañas castellana de Requena - en su Crónica la ingente labor repobladora y organizativa de Alfonso VI llevó a incorporar a su reino las poblaciones de Toledo, Medinaceli, Talavera, Coimbra, Ávila, Segovia, Salamanca, Sepúlveda, Coria, Coca, Cuéllar, Íscar, Medina del Campo, Canales, Olmos, Olmedo, Madrid, Atienza, Riba de Santiuste, Osma con Río Pedro, Berlanga, Mora, Escalona, Hita, Consuegra, Maqueda y Buitrago.
El aperturismo castellano como un país más de la cristiandad europea se manifiesta con el Camino de Santiago, especialmente tras la construcción de la Catedral de Santiago en 1075, auspiciada por Alfonso VI, en Castilla, León y Galicia, quiénes junto a Sancho Ramírez en Pamplona y Aragón, desarrollaron una decidida labor por mejorar el tránsito de los peregrinos, creando hospitales, nuevas devociones, fiestas religiosas y advocaciones de santos, permitiendo además que de todas partes de Europa entrasen todas las corrientes literarias, tanto épicas como literarias, y produciéndose la aparición (y consolidación) de la arquitectura y escultura románica, estableciéndose grupos de francos que reanimaron el comercio y la industria artesanal.
Fallecería el rey Alfonso con un grave problema sucesorio, un marido para su hija Urraca, con dos variantes: el conde castellano Gómez González y la del rey vecino Alfonso el Batallador, rey de Navarra y Aragón, que acabaría reinando como Alfonso VII y también con el título de "Imperator Totius Hispaniæ", quizá con la ilusión, una de tantas en la historia de los reinos cristianos peninsulares de buscar la unificación y la reconquista de la Hispania visigótica, una "restauratio imperii" como la de los bizantinos a la española.
Dedico esta entrada a amigos míos de toda la vida como los hermanos Mira Roch (D. Carlos y D. Borja), D. Alberto Martínez Arribas, D. Pablo Armero Navarro, D. Práxedes Gil-Orozco Ramos, D. Julio Ochando García y D. Enrique Armero Navarro; a los que con ellos me une una especial amistad basada en la afinidad ideológica y de aficiones como D. Alejandro Monterde Martínez o D. Carlos Marín Guzmán; a estrechos colaboradores de la bitácora como Dª Ana Roda; a profesores que tuve en Requena y me animaron en este proyecto como D. Víctor Manuel Galán Tendero, D. César Jordà Sánchez (también a su padre DEP y a su hermano Javier), Dª Lola Arribas Pérez o D. Andrés Castillo Juárez; a mis primos carnales y que son casi como hermanos, especialmente a D. Pedro, D. Lorenzo, Dª Selena y D. Francisco; y también, a gente que - aún en la distancia virtual - apoya este proyecto como D. Iván Vela Campos (Quintanar de la Orden), D. Vicente Rausell Descó (Pobla de Valbona) y D. Pablo Suárez Méndez (Gijón). A todos ellos, les doy gracias por apoyar mi proyecto y por animarme a ser mejor cada día. Porque ellos tienen la mentalidad imperial de Alfonso VI y su yerno Alfonso VII el Batallador.
Aprovecho para decir que se busca algún colaborador puntual que quiera hacer alguna mención en mi bitácora, que yo tendré a bien el transmitirla y mencionar nombre del interesado.
—- Javier Ramos Beltrán, a 25 de Agosto de 2.020 (después de diez días recopilando información en diversas fuentes para la entrada) —-
- Bibliografía: Biografía de Alfonso VI. (fuente primaria y recopilación)
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