Del reinado de Carlos II, el último de los Austrias, se suelen decir más cosas negativas que positivas, quizá por encontrarnos ante el remate final de la dinastía que formó a España como el primer imperio interoceánico de la historia y, también, por ser una persona completamente deficiente, 'hechizada', que no estaba en sus plenas facultades. La gente quizá soslaya las reformas económicas producidas durante su reinado y que la gran crisis, vinculada a su reinado por haberse producido en 1666, cuando el joven Carlos no era más que un niño de cinco años, y el 'mandamás' era Johann Eberhard Nithard, el confesor de Mariana de Austria, madre del niño Carlos, y que accedió al cargo de Inquisidor del Reino - y por tanto, máxima autoridad religiosa en España -, y quién no tenía absolutamente ningún conocimiento sobre administración o economía, pero sí de teología y de ser un manipulador que colocaba a sus correligionarios en los puestos de más influencia del Reino. Finalmente, en 1669, y tras un pronunciamiento militar, encabezado por Juan José de Austria, medio hermano del rey Carlos II por parte de padre e hijo de la actriz María Calderón, Nithard fue depuesto, influyendo en esta decisión sus estrepitosos fracasos en las negociaciones de Aquisgrán y Lisboa en 1668. En el caso de la primera negociación, la coyuntura pudo haberse enfriado, al menos hasta que cuatro años más tarde, estallase el conflicto franco-neerlandés, de forma que España hubiese podido formalizar una alianza con las antiguas provincias rebeldes para hacerle la 'pinza' a Francia, y en el caso de la segunda, fue un ataque a la línea de flotación de la Monarquía Hispánica, porque en un momento en que las tensiones territoriales seguían estando altamente latentes en las distintas tierras del imperio el que se reconociese a un territorio, que durante sesenta años estuvo unido en unión dinástica con España y fue glorío del Imperio, como independiente, y por tnato, sin posibilidad alguna de volver a recuperarla.
Los mimbres con los que comenzaba el mal llamado 'Rey Hechizado' no eran los más resistentes, y más teniendo que cargar con las heredadas deudas de sus antecesores, deudas elevadas que empezaron a manifestarse cuando en 1557, Felipe II de España observó con pasmo como su padre, Carlos I de España y V del SIRG, se había fundido todos los lingotes que venían desde América en contentar a los Fugger, cuya economía se vio resentida casi dos décadas más tarde, así como también la Banca de Amberes. La deuda pública en la Corona de Castilla, conocida como juros - los vitalicios, los perpetuos y al quitar -, llegó a niveles tan altos en 1662, siendo la cuarta suspensión de pagos del rey Felipe IV (tras las de 1627, 1647 y 1652). Con esto tuvo que lidiar Carlos II, a quién se le 'envenenó' desde muy joven por su delicada salud con pócimas y brebajes. No preocupaba, en sí, la preceptiva educación en los quehaceres gubernamentales del rey niño como si el hecho de que dejase descendencia para que continuasen los Austrias... o, al menos, para asegurar una pacífica transición entre Austrias y Borbones, pues se diga lo que se diga, esta última dinastía ya estaba encaminada a reinar en España, tras los continuos enlaces matrimoniales entre ambas coronas, y también porque ante el crecimiento francés, a España le interesaba no perder su preponderancia en Europa, pues el Sacro Imperio Romano Germánico seguía siendo una intrincada y atomizada fabada de margraviatos, ducados y condados, muchos de ellos, en continuas guerras civiles revestidas de religiosidad y de enfrentamientos entre católicos y luteranos, que amenazaban a la estabilidad de la dinastía hegemónica del siglo XIV. Su casamiento con María Luisa de Orleans, sobrina nieta de Luis XIV de Francia y prima segunda del rey Carlos II (pues ella era nieta por parte paterna de Ana de Austria, hija de Felipe III de España), atestiguó esto. Como nota aparte, y sin querer descontextualizar, era tal el amor que sentían el uno por el otro, que la inesperada muerte de la reina en 1689 por una apendicitis, sumió a Carlos II en una depresión, que le llevó a seguir subestimando sus labores. Digna de una telenovela, pero no de las malas.
Lo cierto es que la gestión de Carlos II no fue tan nefasta como se nos ha hecho pensar, fue más la herencia recibida y el ocaso de los Austrias los que impregnan estos análisis, pero si uno lo ve con óptica, ¿qué más podía hacer? No le dieron un impoluto velero, sino tres tablas de madera roída, y aún así, incluso subestimándose él mismo, hizo lo que pudo.
En lo que a Valenzuela respecta, este hijo de un humilde capitán destinado en Nápoles, era similar a Nithard en lo referente a reunirse de su camarilla, pero con dos diferencias: la presentación de un programa político y pragmático para abordar la situación económica empezando por el blindaje de la seguridad del monarca y que contaba con el cariño del pueblo, todo aún a pesar de las habladurías que le llevaban a ser vinculado con la reina de un modo que no se ceñía únicamente a lo político, pues no en vano, se intentó desmerecer el que en 1671 recibiera un hábito de Santiago y que la reina lo nombrase primer caballerizo, aún a pesar de la oposición del caballerizo mayor de ese entonces. Tres años más tarde, Gaspar de Bracamonte Guzmán, conde de Peñaranda y presidente del Consejo de Italia, le concedió una plaza de conservador en el organismo que él dirigía, incrementando la influencia de Valenzuela, quién un año más tarde adquirió un señorío en tierras de Ávila, tanto la villa de San Bartolomé de Pinares como los de Villasierra, del que fue nombrado marqués el día 3 de noviembre de 1675. Ese mismo año fue nombrado embajador de la Corte en Venecia y capitán general del Reino de Granada. Siendo válido, pero no del todo como una figura de considerable poder, aún a pesar de sus preceptivas alianzas, su método para incrementar las maltrechas arcas reales, fue copiado del realizado por el Conde-Duque de Olivares, Gaspar de Guzmán y Pimentel, con la diferencia de que Valenzuela no era del mismo estrato social que otros válidos como Francisco de Lerma, como lo era el otorgamiento de mercedes - o premios - a cambio de dinero, que sirvió en su origen. No obstante, y aún a pensar de que buscase algunas convenientes alianzas, Valenzuela fue pronto descabalgado, pues deseaba reducir el número de ministros y oficiales regios, y otras buenas intenciones como las de apuntalar la Armada, quedaron en agua de borrajas, ante la enemistad - y envidia - de los estacionarios nobles. Por otra parte, Valenzuela, guió su programa de acción política en dos vertientes: seguir mostrando una imagen fastuosa de una Monarquía Hispánica decadente a través de la mejora del teatro y demás divertimento cultural, también quizá para intentar afianzar la posición del nuevo válido, una posición nueva para él como lo era la 'alta sociedad'. Sin embargo, pronto se hicieron de notar sus débiles alianzas frente a las de Don Juan José de Austria, quién contaba con los cardenales de Aragón y Portocarrero, el marqués de Castel Rodrigo, Medellín, el conde de Ayala o el príncipe de Astillano, partidarios de la - en adelante - facción 'juanista', quién se advino al poder con la proclamación de mayoridad de Carlos II en 1675. Se convino, tras una entrevista en el Real Alcázar de Madrid, que tanto Valenzuela como Don Juan tendrían que permanecer lejos de la corona, ambos en Italia, aunque finalmente permanecieron en la Península. No obstante, que Valenzuela continuase en la Península, era visto con muchos reparos por sus contrincantes políticos, así que cuando volvió, con el rey Carlos II siendo ya mayor de edad, se vio la intensificación de su programa de festejos palaciegos. La figura de Valenzuela es otra figura española, de tantas, opacada por la envidia de sus coetáneos, pues sin ser de orígenes nobles, nada más que el hijo de un capitán de compañía, tuvo puestos de responsabilidad en, relativamente, poco tiempo. Motivó también la publicación de un manifiesto en diciembre que exigía el encarcelamiento de Valenzuela, generando la rebelión de Don Juan José con sus tropas en Zaragoza, refugiándose el válido en el real monasterio de San Lorenzo de El Escorial, de donde fue detraído, sin reparo alguno, por Don Juan José. A Valenzuela le hicieron la vida imposible, pues se le acusó, injustamente, de ser un corrupto, por parte de un pueblo fácilmente manipulable, aunque su 'desfalco' fueron sólo diez millones. Una lástima que alguien que fue bueno y se pasó de mentecato sea hoy tratado injustamente sin que la historiografía se moleste un poco en indagar su historia. Fue desterrado a Filipinas durante diez años hasta 1686, cuando fue a parar a Nueva España.
Así pues, aunque Don Juan José de Austria, accediese al cargo de válido en 1676, sólo duró hasta su repentina muerte en 1679. Fue una guerra civil dentro de los cargos de válido, pero también asimétrica, pues Don Juan José disponía de los medios, de las tropas y del apoyo popular. ¿Debió haber gobernado él como monarca? La transición hacia la dinastía borbónica ya era patente, así que esto sólo es hacer historia-ficción. Lo cierto es que en desagravio de Valenzuela, hay que hablar de como muchas veces, la visceralidad supera al análisis histórico.
JAVIER RAMOS BELTRÁN, A 30 DE AGOSTO DE 2021
Fuentes: Francisco Ramos del Manzano (DBE)